Si buscamos en el diccionario, podemos encontrar variedad de definiciones para lo que conocemos como “viaje”. Sin embargo hay dos que, en conjunto, explican, o al menos se acercan, a la verdadera esencia de la palabra. Un viaje sería entonces el Traslado que se hace de una parte a otra por aire, mar o tierra; Ida a cualquier parte, aunque no sea jornada.
Con esto decimos entonces que un viaje es la acción de trasladarse siempre con algún objetivo en nuestra mente. No obstante este objetivo previamente incorporado nos llevará hacia un lugar en el que pocos quizás esperan llegar. Es como si este objetivo fuera la base para que arribemos a un lugar inesperado, un lugar que ni siquiera se cruzaba en nuestros pensamientos.
Nuestra vida, nuestra historia, nuestra cultura y quiénes somos son el resultado de un conjunto de viajes que nos llevaron al lugar en el que nos encontramos hoy en día.
Quiénes colonizaron América no vinieron en busca del Nuevo Mundo, no pensaban encontrar lo que encontraron y formar una nueva sociedad. Sin embargo, aquel viaje en busca de especias a la India les tenía una sorpresa guardada: esa casualidad fue el comienzo de algo distinto. El cruce de dos culturas, la ambición por imponer una sobre otra creyendo a la otra peor concluyó con un nuevo estilo de vida. Una combinación entre ambas que nos llevó a esa tan complicada pero fascinante, heterogeneidad que existe en un mismo continente.
El viaje es algo demasiado amplio como para encerrarlo en un solo casillero. Está el viaje que es por mero placer, el viaje que nos deslumbra con sus maravillas, el que es capaz de cambiar y transformar a una sociedad, el que sólo cambia a la persona que lo realiza y a su entorno, y ese viaje constante que hacemos todos los seres humanos cuando pasamos por la vida. Ese viaje en el cual necesitamos dejar nuestra huella a través de la pintura, de la literatura, del arte, de las palabras, de las acciones.
Recuerdo una película en la cual un joven muchacho de 23 años, tras graduarse de la universidad decide hacer un viaje en el cual se despoja de absolutamente todo, ya sea dinero, credenciales, documentos, y emprende su ruta.
Lo único que él sabe es que necesita hacerlo. Tras una crisis que sufre que golpea el corazón de su identidad creyendo que todo su pasado fue una mentira, necesita encontrarse a él mismo y saber quién es. Decide así irse a vivir a Alaska, a la naturaleza, en su más puro estado.
Sin embargo no es en Alaska donde aprenderá más y crecerá como persona, sino en el trayecto que realiza hasta llegar a donde se había propuesto.
Experimenta, crea, busca, encuentra. A través de su camino por aquellas rutas salvajes su esencia siempre se mantiene, pero sus pensamientos van variando.
Somos quienes somos por los viajes que realizamos y por la capacidad que tenemos de aprender de ellos. Pero no por esos viajes planeados, sino por lo que se nos aparece en el camino, el cual nos guiará y tomará el verdadero rumbo.
Con esto decimos entonces que un viaje es la acción de trasladarse siempre con algún objetivo en nuestra mente. No obstante este objetivo previamente incorporado nos llevará hacia un lugar en el que pocos quizás esperan llegar. Es como si este objetivo fuera la base para que arribemos a un lugar inesperado, un lugar que ni siquiera se cruzaba en nuestros pensamientos.
Nuestra vida, nuestra historia, nuestra cultura y quiénes somos son el resultado de un conjunto de viajes que nos llevaron al lugar en el que nos encontramos hoy en día.
Quiénes colonizaron América no vinieron en busca del Nuevo Mundo, no pensaban encontrar lo que encontraron y formar una nueva sociedad. Sin embargo, aquel viaje en busca de especias a la India les tenía una sorpresa guardada: esa casualidad fue el comienzo de algo distinto. El cruce de dos culturas, la ambición por imponer una sobre otra creyendo a la otra peor concluyó con un nuevo estilo de vida. Una combinación entre ambas que nos llevó a esa tan complicada pero fascinante, heterogeneidad que existe en un mismo continente.
El viaje es algo demasiado amplio como para encerrarlo en un solo casillero. Está el viaje que es por mero placer, el viaje que nos deslumbra con sus maravillas, el que es capaz de cambiar y transformar a una sociedad, el que sólo cambia a la persona que lo realiza y a su entorno, y ese viaje constante que hacemos todos los seres humanos cuando pasamos por la vida. Ese viaje en el cual necesitamos dejar nuestra huella a través de la pintura, de la literatura, del arte, de las palabras, de las acciones.
Recuerdo una película en la cual un joven muchacho de 23 años, tras graduarse de la universidad decide hacer un viaje en el cual se despoja de absolutamente todo, ya sea dinero, credenciales, documentos, y emprende su ruta.
Lo único que él sabe es que necesita hacerlo. Tras una crisis que sufre que golpea el corazón de su identidad creyendo que todo su pasado fue una mentira, necesita encontrarse a él mismo y saber quién es. Decide así irse a vivir a Alaska, a la naturaleza, en su más puro estado.
Sin embargo no es en Alaska donde aprenderá más y crecerá como persona, sino en el trayecto que realiza hasta llegar a donde se había propuesto.
Experimenta, crea, busca, encuentra. A través de su camino por aquellas rutas salvajes su esencia siempre se mantiene, pero sus pensamientos van variando.
Somos quienes somos por los viajes que realizamos y por la capacidad que tenemos de aprender de ellos. Pero no por esos viajes planeados, sino por lo que se nos aparece en el camino, el cual nos guiará y tomará el verdadero rumbo.